AGENDA POLÍTICA.


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La primera gira de FLO por Sinaloa, Como secretario de Estado (1983)


= Toledo Corro lo sabía: sería su sucesor, en 1986

= FLO le armonizaba la relación con Miguel de La Madrid

= Nuevo susto para los reporteros de las fuentes oficiales

= “En las giras, quien se pierde, se pierde ¡por pendejo!

Jorge Luis Telles Salazar

– Aquí, Eco Whisky…Eco Whisky, pista en San José de Gracia a la vista; procedo al aterrizaje – decía, desde su pequeña aeronave (EW), el capitán Pitty Salomón, a la cabeza de una flotilla de tres avionetas, en las que volábamos un grupo de periodistas de Culiacán, para cubrir una gira de trabajo del gobernador Antonio Toledo Corro, que tenía como invitado especial a su muy posible sucesor: Francisco Labastida Ochoa, secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal del gobierno federal.

-Julieta Alfa Hotel, enterado; tengo contacto visual con usted – se reportaba el segundo avión.

-Julieta Alfa Golfo, enterado; en trayectoria, conforme al plan de vuelo acordado – contestaba el capitán Delgadillo, desde la tercera aeronave, en la que  fungía como copiloto, el autor de esta columna. Volaban en esta aeronave: Eduardo Aispuro, jefe de información del gobierno del Estado; José Angel Sánchez, director de El Debate de Culiacán; Fidel Borbón Ramos, director de El Diario de Sinaloa y Ernesto Leonel Solís, reportero, también de El Diario de Sinaloa.

-Aterrizando, sin novedad, Eco Whisky. Buen tiempo. Pista despejada, en San José de Gracia, sin tráfico aéreo adicional. Alfa Hotel y Alfa Golfo, repórtense, por favor – pedía el capitán Salomón, una vez concluido su carreteo por la aeropista de San José de Gracia.

-Enterado – se escuchaba, desde Julieta Alfa Hotel -: tengo la pista a la vista. Afirmativo,  procedemos al aterrizaje.

-Alfa Golfo…Alfa Golfo – llamaba, desde tierra, el conocidísimo Pitty Salomón.

Silencio, en Alfa Golfo.

El capitán Delgadillo sobrevolaba la sierra, al tiempo que se guiaba por un riachuelo claramente ubicado allá abajo; pero sin que San José de Gracia apareciera por ningún lado. Comenzamos a preocuparnos y el piloto también. Realizaba diferentes maniobras en el aire, entre los cañones de la sierra; pero el resultado era el mismo: solo sierra y más sierra.

-¿Qué pasa capitán? ¿Algún problema? – le pregunta Eduardo Aispuro al capitán Delgadillo, ya con la inquietud reflejada en su rostro.

-Negativo. No pasa nada. Ya vamos a aterrizar.

-Alfa Golfo…Alfa Golfo…¡Conteste!  – insistía desde tierra, el capitán Salomón.

Silencio, desde Alfa Golfo.

-Capitán Delgadillo ¿Por qué no contesta? – interroga uno de los pasajeros al piloto en turno.

-Porque si le contesto, me va a preguntar mi ubicación y ¡no la sé! ¡Estamos perdidos…!

-0-

Bien.

A final de cuentas no pasó de ser un mero incidente – excepto la vuelta al estómago de uno de los compañeros – y un susto más para quienes nos dedicamos a tales menesteres.

En uno de esos giros por el aire, aderezados por el zumbido y el ruedo del motor único de la pequeña aeronave, el alma nos volvió al cuerpo cuando allá, al doblar uno de los cañones, surgió finalmente el pintoresco poblado de San José de Gracia, en el municipio de Sinaloa, a pocos kilómetros de distancia de la línea divisoria con el vecino Estado de Chihuahua.

-Alfa Golfo reportándose. Contacto visual con la pista. Estoy por aterrizar.

-Eco Whisky en tierra, capitán. Ya nos tenía alarmados – acotaba el Pitty Salomón.

Y si.

Sin mayores novedades.

-0-

Y bueno.

Eran los primeros meses de 1983. Iniciaba apenas el sexenio presidencial de Miguel de la Madrid y Francisco Labastida Ochoa era su secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal. Disponía de pocas horas para cumplir una agenda por Sinaloa y es por eso que el operativo se programó por aire, para visitar el mayor número de comunidades posible.

Toledo Corro no era, precisamente, uno de los gobernadores consentidos de Miguel de la Madrid – menos cuando se enteró que su gallo para la presidencia era Javier García Paniagua – y buscaba congraciarse a través de Labastida Ochoa, a quien ya – de manera extremadamente discreta -, comenzaba a limpiarle el camino hacia la gubernatura de Sinaloa, lo que cristalizaría exactamente tres años después.

Para Labastida era apenas su primera incursión (oficial) por nuestro Estado y aunque, amable como siempre, su rostro era inexpresivo. Más bien, reflejaba dureza y dejaba sentir un dejo de preocupación por los grandes males económicos que José López Portillo le había heredado a Miguel de la Madrid; entre ellos, una inflación galopante, estimulado por una escandalosa depreciación de nuestro peso, ante el dólar.

Poco se sabía de Labastida; de sus amigos en Sinaloa – casi todos localizados en la ciudad de Los Mochis – y de quienes podrían ser, por ende, sus colaboradores en caso de llegar a la gubernatura del Estado. Para eso. El senador Ernesto Millán Escalante pregonaba por todos lados su cercanía con De la Madrid y lo firme de sus posibilidades. Andaba, tres años antes, en plena campaña.

Esta gira tendría una amplia difusión en todos los medios informativos del Estado, por razones obvias. Cuitláhuac Rojo Robles, coordinador de comunicación social de Toledo, tenía ya claras indicaciones al respecto.

Así, informaciones de rutina se convirtieron en noticia de ocho columnas, a partir de la base de que la sola visita del muy posible nuevo gobernador de Sinaloa, ameritaba ya las notas en primera plana y en los principales espacios de los entonces muy escasos noticieros de radio y televisión, en las principales ciudades del Estado.

Toledo Corro lo supo siempre. Labastida sería su sucesor. Y en ese entendido jamás se preocupó por las inquietudes y los aceleres del senador Millán Escalante. Para él, estaba clarísimo.

Como lo fue, efectivamente.

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Por cierto.

Concluida la agenda, Toledo Corro y Labastida Ochoa volaron a la ciudad de Los Mochis, a bordo del modernísimo “Bells 400”, el helicóptero oficial del gobierno de Sinaloa. Nuevecito, por esa época.

En su oportunidad, el resto de los aviones de la comitiva despegaron uno a uno, con destino a Los Mochis. Cuando los tres en los que viajaba la prensa llegaron al aeropuerto, ya el jet ejecutivo de Francisco Labastida rugía turbinas para despegar hacia la capital del país. En tierra, evidentemente satisfecho, el gobernador Toledo Corro.

Dentro del grupo de los reporteros, a propósito, uno evidentemente molesto y herido en su amor propio porque presumía ser de todas las confianzas y de todos los afectos del gobernador y aún así, Cuitláhuac Rojo, el titular de prensa, no se tentó el corazón para dejarlo en tierra en uno de los trayectos, por no presentarse a abordar la aeronave a la hora convenida. Esperarlo – porque atendía otros asuntos – era alterar toda la logística de la gira.

Vió a Toledo, relajado y de buen humor y aprovechó para echarle la caballería encima a un coordinador de comunicación, cuyo rostro evolucionó de una notable mortificación a una sonora carcajada, tras  la contundente respuesta del gobernador:

-Mire: no me venga con cosas. Así son las giras y todos lo sabemos. Y en estas carreras, el que se pierde ¡se pierde por pendejo!


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