CRONICAS DE NUESTRO SINALOA, CUANDO CULIACÁN CRECIA HACIA LA PARTE DEL SUR


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CUANDO CULIACÁN CRECIA HACIA LA PARTE DEL SUR


CAPITULO XI

En 1861, el gobernador del estado, general Plácido Vega, ordenó hacer un mapa, “lo más fiel posible”, de lo que era en ese tiempo la ciudad de Culiacán.

Dicho mapa confirma lo que había dicho el licenciado Francisco Verdugo Fálquez, en su libro Las viejas calles de Culiacán, que se publicó en 1949, en el sentido de que la ciudad se componía de cinco calles pegadas al río Tamazula: la del Pescado (Zaragoza), la de la Libertad (Buelna), la de la Tercena o Calle Real (Rosales), la del Comercio (Ángel Flores) y la del Refugio (Miguel Hidalgo); el resto, “era monte virgen”.

Cruzaban esas calles las del Indio Triste (Morelos), Callejón del Oro (Rubí), la de los  Artesanos (Carrasco), la Martínez de Castro (Obregón), la de la Independencia (Paliza), la del Águila (Jesús G. Andrade), la de La Barranca o Diego Redo (Aquiles Serdán) y, no había más ciudad.

En el mapa de Plácido Vega ─aquel simpático personaje de la barba en cascada─, la pequeña ciudad aparece con los indecisos trazos de su crecimiento hacia el sur, al surgir las borrosas líneas iniciales de la calles Seminario (Juárez) y la San Isidro (Escobedo). Este mapa no consigna su autor y hechura corresponde más bien un aficionado a la ingeniería.

(El general Plácido Vega se hizo cargo del gobierno en 1861 ante la renuncia del general Ignacio Pesqueira. Fue en ese año en 1861 cuando se levantó el mapa, que el general Vega dio los pasos necesarios para crear el Colegio Mercantil el 29 de enero de 1861; dicha institución se encargaría de formar maestros, tenedores de libros y ensayadores de metales. Fue este Colegio Mercantil un antecedente del Colegio Rosales, que don Eustaquio Buelna 12 años después haría nacer en Mazatlán el año de 1873.)

En el mapa de 1861 se señalan claramente los caminos reales que partían a Quilá y, consecuentemente, a Mazatlán, el de El Vallado que llevaba a Navolato, y Altata, y el de Pericos por donde agarraban camino las recuas de mulas y burros cargados con mercancías antes de la apertura del camino real capaz de dar tráfico cómodo y rápido a las primeras diligencias de Baltasar Izaguirre y Antonio de la Peña, auténticos pioneros del transporte público en Sinaloa.

Por cierto que los mejores cocheros y “sotas”de diligencia fueron Leonardo Rojas Contreras, Alfonso Tiznado, Isabel Torres (alias El Becerro), José El Húngaro Alemán, Fernando El Iguano Torres y el Güero Rafail. El Iguano Torres fue asaltado por equivocación por Heraclio Bernal, y el Güero Rafail fue fusilado por el general Ramón F. Iturbe en el rancho Los Bonetes, entre El Fuerte y Álamos, “por tener ligas de amistad con los peores caciques de la región como los Vega y Orrantia”.

Maximiliano Campos fue otro famoso cochero de diligencia y murió de susto cuando se le apareció el diablo en un recodo del camino que va a Palo Chino, cerca de El Fuerte.

En el mapa de Plácido Vega, que parece haber sido dibujado por un niño, además de las veredas por donde salía la gente al sur y norte, se aclara perfectamente que la villa de Culiacán tenía 12 mil habitantes.

Curiosamente en ese mapa que me enseñó Miguel Tamayo Espinoza de los Monteros, director de la Casa de la Cultura de la Universidad Autónoma de Sinaloa, la calle Juan Carrasco aparece cerrada en el tramo de las ahora calles Colón y la Escobedo (San Isidro). No se sabe en qué tiempo se abrió esa calle en el tramo de la Colón a la Escobedo. La calle de los Artesanos (Carrasco) se convertía en un embudo al llegar a la calle del Comercio (Ángel Flores), y lo mismo ocurría en el Callejón del Oro (Rubí) y la calle del Refugio (Hidalgo). Se angostaban tanto las calles que mal podrían caber por ellas dos personas agarradas de las manos.

En el curioso mapa aparecen las huertas de Juan Espinoza y Luis Tirado por el rumbo del Centro Cívico Constitución; esas huertas aparecieron luego como propiedad de Diego Redo que al suscribir una alianza de sangre y negocios con la poderosa familia De la Vega se adueñó de gran parte de la pequeña villa que dibuja como rayos equis el mapa de Plácido Vega.

Llama la atención un pequeño cuadrito con una brevísima inscripción señalando que allí estaba la parroquia que existía y que luego fue destruida cuando se terminó la Catedral de Nuestra Señora del Rosario en 1885. Esta pequeña parroquia estuvo justamente a un lado de Catedral en el predio desolado que se llamaba la Plaza de Armas. Otro cuadrito insignificante marca el sitio donde estuvo el obispado, y que es, exactamente, donde ahora está una fuente pública en la esquina de las calles Obregón e Hidalgo. Al cambiarse el obispado a una residencia en la loma de Guadalupe el edificio fue ocupado temporalmente por el periódico La voz de Sinaloa, de Gustavo D. Cañedo. Calle de por medio existió el Banco de Culiacán, cuyo gerente fue Arturo Murillo. Dicho edificio del banco desapareció cuando se amplió la avenida Obregón, durante el gobierno del general Leyva Velázquez.

En el mapa que nos ocupa aparecen unas pequeñas líneas con la Calle del Capule (Riva Palacio) y la Plazuela de la Cruz (plazuela Rosales), en el barrio de San José.

Cuarenta y un años después en 1902, ya en el gobierno del general Francisco Cañedo, los ingenieros Norberto Domínguez y Manuel Bonilla levantaron otro mapa de la villa de San Miguel de Culiacán; el ingeniero Domínguez había sido administrador de la  Casa de Moneda.

Cosa curiosa: en el mapa de Plácido Vega Culiacán aparece con 12 mil habitantes, y en el de los ingenieros Domínguez y Bonilla se da cuenta de la misma cifra: 12 mil vecinos; es decir, que Culiacán no creció prácticamente en casi medio siglo.

En el mapa de 1902 aparecen la Plaza de la Constitución, la avenida Martínez de Castro, la Fábrica de Mantas y Tejidos de El Coloso de Rodas, y la terminal del Ferrocarril Occidental de México, más conocido como El Tacuarinero, con su trayectoria a la que hoy obedece el bulevar Leyva Solano; atrás de la estación ferroviaria aparecen los pequeños cuadritos describiendo la ubicación de unas fábricas de muebles y de hielo. También se perfila lo que más tarde sería la colonia Ponciano (no Jorge) Almada, en cuyo centro se encuentra el Hospital Pediátrico Dr. Rigoberto Aguilar Pico, del DIF estatal.

Aparece la calle de los Artesanos (ahora Carrasco) cerrada de la Colón a la Escobedo. No hay documento alguno que aclare en qué tiempo se abrió ese tramo de la  Colón a la Escobedo.

El ingeniero Mariano Martínez de Castro ─que nació en Culiacán en 1841─ fue gobernador de 1880 a 1884 y de 1888 a 1892 por maniobras del viejo zorro de la política que era el general Francisco Cañedo, que “prestaba” el poder al ingeniero Martínez de Castro para acallar a las lenguas de víbora que pedían su cabeza por la larga dictadura blanda que había implantado en Sinaloa a partir de 1877 hasta 1909, año de su muerte.

Durante esos años en que aparentemente el ingeniero Martínez de Castro ejercía el “poder”, se dieron las etapas más positivas en cuanto a la urbanización y embellecimiento de Culiacán como capital sinaloense.

Fue él el que pugnó por la declaración de Altata como puerto de altura, auspició la idea del tren, conectó las principales poblaciones por medio del telégrafo, saneó la hacienda pública y tuvo el acierto de traer al ingeniero Luis F. Molina con la idea de que construyera el Teatro Apolo; en realidad, el ingeniero Molina se convirtió en el ingeniero de la ciudad y sacudió las viejas estructuras impuestas durante el virreinato para poner de pie a la vieja Villa de San Miguel de Culiacán tan dada a la molicie y al chisme.

Ya se ha dado cuenta de los grandes edificios que construyó el ingeniero Molina, pero poco se sabe de las casas que hizo para las familias pudientes de Culiacán. Hizo la casa del general Cañedo frente a la plazuela Rosales; y las casas del ingeniero Martínez de Castro, (Rosales y Donato Guerra), licenciado Eriberto Zazueta (Rosales), Luis y Francisco Diez Martínez (Ángel Flores, antes del Comercio), licenciado Alejandro Buelna (Juárez, antes del Seminario) y Felipe Gómez  (Rosales); Felipe Gómez fue el tipógrafo que trajo a Sinaloa la primera imprenta desde Guadalajara.

Por la calle Rosales (antes de la Tercena, o calle Real) vivió don Severiano Tamayo y doña Natalia Amador. Más al poniente estaba el edificio de la Tercena, que fue asiento de los poderes estatales durante largos años, luego Procuraduría General del Estado y ahora Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.

En la Rosales y Rubí (Callejón del Oro) tuvo Faustino Díaz su imprenta en la que se imprimía El Monitor Sinaloense, periódico en claras vinculaciones con el cañedismo. A la redacción de este periódico recalaron los mejores cerebros de su tiempo. Faustino Díaz, por su filiación porfirista y cañediana, tuvo una muerte trágica durante la Revolución maderista.

(Don Severiano Tamayo tomó muy bellas fotografías del Culiacán antiguo, y su trabajo no demerita frente a Zazueta, Yánez y Lohn. Naturalmente, que las fotografías que él tomó desparraman ternura y dulce nostalgia).

En 1910, como parte de los festejos del centenario de la independencia nacional, el gobernador del estado, Diego Redo, presidió una sobria ceremonia con señores de levita y cuello postizo con motivo de la colocación de la primera piedra del mercado público de la ciudad.

Aquel mercado liquidaría una etapa oprobiosa en que carnes y verduras se expendían en el suelo sin medida sanitaria alguna. En las calles del Refugio (Hidalgo) y Callejón del Oro (Rubí) se instalaban los comerciantes que se proveían de recuas de arrieros que llegaban de la sierra y de la costa con sus productos.

Bajo endebles tenderetes se expendían esos productos de la tierra estableciéndose un acalorado regateo entre vendedor y comprador.

Este mercado suspendió sus obras al estallar la Revolución y huir del estado al exilio el gobernador Redo de brevísima permanencia en el poder.

Al término del movimiento armado continuaron las obras del mercado hasta que más o menos lo concluyó el general Macario Gaxiola, que fue gobernador del estado del 1º. de enero de 1929 al 21 de diciembre de 1932.

Al general Gaxiola le tocó manejar el delicado asunto de la expulsión de chinos por órdenes del presidente Calles. Muchos chinos tuvieron que abandonar sus chumilcos. Era fama extendida la honradez del angosturense general Gaxiola.

Alberto Zazueta Duarte dijo que durante lo más violento de la campaña anti-china en Sinaloa un grupo de chinos se acercó al gobernador Gaxiola ofreciéndole 500,000 pesos de los de antes por su protección. El general Gaxiola le dijo al grupo: —Miren, sé que ustedes se han reunido en Los Mochis para nombrar una comisión que me hiciera un ofrecimiento en dinero para que yo les ayudara en su problema. Yo no soy más que gobernador, el que manda es el presidente de la República y el presidente de la República ha ordenado que ustedes salgan del estado. Declaro que con mucha pena y tristeza he tenido que obedecer, cumpliendo con mi deber. Llévense ese dinero, ayúdense con él a pasar este trago amargo, salgan del estado y después, cuando las cosas se tranquilicen, veremos que podemos hacer.

Muchos chinos regresaron a China con sus esposas e hijos mexicanos, y el presidente López Mateos ordenó en 1959 su repatriación.

Pues bien, el general Gaxiola puso en servicio el mercado y le impuso el nombre de Gustavo Garmendia, en honor al valiente ingeniero militar que murió desangrado durante la dura batalla que libraron Álvaro Obregón y Ramón F. Iturbe contra las fuerzas huertistas del 4 al 14 de noviembre de 1913 en un campo de batalla que se extendió de La Lomita a El Palmito.

El ingeniero Molina continuó las obras del mercado con un presupuesto de 100,000 pesos aportados por don Amado Andrade.

En 1928 Culiacán no tenía drenaje ni pavimento. Sólo funcionaba una Empresa del Agua que don Miguel Tarriba –de la vieja dinastía minera– había montado en 1887.

Guillermo Bátiz Paredes, hermano de Juan de Dios y de Veneranda, cuando fue presidente municipal de Culiacán de 1932 a 1934, promovió el arreglo de las calles ante el gobernador del estado, PFQ Manuel Páez.

Fue así como se asfaltaron las calles Ángel Flores (Comercio) y Rosales (Tercena, o Calle Real); igualmente, se arreglaron las plazuelas Obregón y Rosales (antes Plaza de Armas y plazuela de la Cruz).

Bátiz, igual que Martínez de Castro cuando fue gobernador, se distinguió por su mano dura y su honestidad. A los rateros los amonestaba, si reincidían los rapaba y si no querían agarrar el buen camino los llevaba a pasear al monte donde amanecían colgados de un mezquite o un palo blanco.

El presbítero Antonio Valdés había principiado el 8 de mayo de 1901 la construcción del Templo de la Inmaculada Concepción de los Hijos de María en la esquina de las calles Escobedo (antes San Isidro) y Paliza (antes Independencia).

Este templo nunca se terminó. En tiempo del coronel Alfredo Delgado como gobernador del estado el local que iba a ser templo fue utilizado como biblioteca al que se le impuso el nombre del poeta badiraguatense Abelardo Medina; finalmente, dejó de ser biblioteca pública para ser oficinas de la Dirección General de Tránsito y Transportes.

Sobre las huellas de la vieja ciudad colonial cae la loza de concreto, y paredes y techos se desploman confundiendo los recuerdos de los ancianos.


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