CRONICAS DE SINALOA; ING. JUAN DE DIOS BATIZ


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JUAN DE DIOS BÁTIZ CREADOR DELINSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL.

NOVIEMBRE 27 DE 2023

Muerto de la risa, el ingeniero y coronel Juan de Dios Bátiz contaba, en la tra nquilidad de una ancianidad satisfecha y orgullosa, de cuando el general Ángel Flores lo invitó a la cacería del caimán  en la laguna de Chiricahueto, en la región de Bataoto.

Acompañado por Mariano Romero tomaron el pésimo camino de la laguna a bordo del automóvil Packard modelo 1922 que era, en realidad, una vereda por donde se ajilaba  el poco ganado vacuno que había en los ranchos de ordeña de esa región seca donde el agua salobre se tenía que sacar de norias muy profundas o bien acarreada en burros ajuareados con botas de cuero.

A la orilla de la laguna de Chiricahueto ya los esperaba una canoa de álamo rústico y en ella se embarcaron los tres alegres cazadores de caimanes.

No fue tarea muy difícil la de hallar entre un tule muy tupido un sesteadero de reptiles de respetable talla. El general Ángel Flores dijo a sus invitados: —Andenle, despáchense a su gusto.

Y era como tirarle a un blanco en esas ferias que se instalan en los baldíos de pueblos y ciudades. Mariano Romero apuntó con su carabina 30-30 y disparó. Un hermoso animal se alzó dando de coletazos. Los otros permanecieron impasibles expuestos al sol. Entonces el general Ángel Flores detuvo a Mariano Romero y le dijo que cazar así era un acto de alevosía inaudita. Quería el general que los animales se asustaran y se lanzaran al agua para cazarlos en movimiento cuando sólo enseñan el lomo. Así se hizo.

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Mariano Romero disparó de nuevo e hirió un bello ejemplar de casi tres metros. El animal, en forma instintiva al sentirse herido, buscó la orilla y allí se detuvo. Se acercó la canoa con los tres cazadores, entonces Juan de Dios, creyendo que el animal estaba muerto, se acercó  y se subió en su lomo. El caimán abrió el hocico y empezó a dar de coletazos.

Yo lo di por muerto y se me hizo fácil jinetearlo. Cuando abrió el hocico y empezó a dar de coletazos creí que hasta allí habría de llegar. Entonces Mariano Romero disparó de nuevo a la cabeza del caimán y éste por fin se quedó  quieto para siempre. Pero el susto me dura todavía, después de 60 años —reía Juan de Dios Bátiz.

Juan de Dios Bátiz Paredes nació en Sataya, ahora del municipio de Navolato, entonces del de Culiacán, el 2 de abril de 1890. Fue hijo de Juan de Dios Bátiz e Isabel Paredes Palazuelos, y hermano de Veneranda, Rafael, Francisco y Jorge Guillermo Bátiz Paredes.

Sus biógrafos Héctor R. Olea, Juan Manuel Ortiz de Zárate, Salvador Robles Quintero, Gilberto Ruiz Almada, Gonzalo M. Armienta Calderón, Gilberto López Alanís, Alfonso L. Paliza, Ernesto Vásquez Tapia y Carlos Harper Burgueño cuentan la historia personal de este admirable e ilustre sinaloense.

Dicen que los padres de Juan de Dios, Juan de Dios e Isabel, probaron suerte en el mineral de San José de Gracia, en el municipio de Sinaloa, ya en las estribaciones de la Sierra Madre Occidental, en plena bonanza gracias a su riqueza en oro. Fue en ese mineral donde Juan de Dios empezó a ir a una escuelita rural de mala muerte donde sólo se enseñaba hasta el tercer grado.

Pero, al poco tiempo, la familia sufrió el espantoso golpe de perder al jefe, al tronco, al horcón de en medio: Juan de Dios padre, y la viuda tomó a los hijos y el camino de regreso a Culiacán.

En 1904 el joven Juan de Dios ingresó al Colegio Rosales donde hizo una gran amistad con Rafael Buelna, que había nacido el mismo año (1890) en Mocorito. Sus ideas perfectamente gemelas allanaron el camino para una amistad firme que duraría toda la vida, brevísima en Buelna, larguísima en Bátiz Paredes, Buelna murió de 34 años, Bátiz Paredes de 89.

Buelna y Bátiz se lanzan al vértigo de la vida por rumbos diferentes. Buelna lucha al lado de José Ferrel contra el continuismo porfirista expresado en la figura de Diego Redo  que en 1909 quiso extender el mandato del general Francisco Cañedo aún muerto. Ferrel fue víctima de un inicuo fraude electoral y perdió. Redo se posesionó del Palacio de Gobierno pero sólo por un muy breve tiempo porque estalló la revolución.

Bátiz se había ido a estudiar en el Colegio Militar seguro que en el viejo Colegio Rosales no habría de hallar acomodo a sus sueños. Cuando Buelna se lanzó de lleno a la revolución, Bátiz fue a su encuentro en Tepic. Buelna lo nombró jefe de Estado Mayor, convirtiéndolo, de hecho, en su brazo derecho.

Los dos jóvenes sinaloenses, muy apuestos y sinceros y optimistas, hallaron cálida acogida entre las bellas y recatadas mujeres tepiqueñas. Rafael cortejó a Luisa Sarriá y Juan de Dios a Laura Pérez.

Bastaron un par de serenatas para conseguir el ansiado “sí” de tan hermosas muchachas, y, como en el cuento, se casaron con ellas en 1915 y fueron muy felices.

Pero esta felicidad conyugal se vio ensombrecida por la revolución. Buelna se puso al frente de la Brigada y se adentró en territorio nacional cuya meta habría de estar en un sillón muy cómodo y elegante en el Palacio Nacional. Los dos jóvenes militares se unieron al villismo, pero luego lo abandonaron decepcionados por la brutalidad.

Al abandonar la División del Norte, los dos sinaloenses fueron fieramente perseguidos por Pancho Villa que los quería atrapar “pa fusilarlos”. Buelna y Bátiz huyeron escondiéndose en Estados Unidos, Bátiz en El Paso, Buelna en Los Ángeles.

Bátiz Paredes trabajó en la Western Line cuando la lumbre amenazaba los aparejos. Laurita tenía que echarle más agua a la olla de los frijoles. Cuando creyó que a Pancho Villa se le había bajado el coraje se movió de El Paso a la Baja California, donde se empleó como ingeniero en la apertura del camino de terracería de Mexicali a Ensenada.

Sus biógrafos ponderan el rico historial de Juan de Dios Bátiz en el campo de la docencia y la política. Empezó como maestro de matemáticas en la Universidad de Occidente con el apoyo y la simpatía de su rector, el doctor Bernardo J. Gastélum.
Luego, fue ocupando sucesivamente diversos cargos políticos. Fue regidor del Ayuntamiento de Culiacán, diputado local, diputado federal en tres ocasiones, gobernador del estado, y senador de la República. Nunca se aprovechó de un excepcional empleo en el gobierno para allegarle recursos a su bolsillo. Siempre fue honrado y justo, impecable por dentro impecable por fuera.

Siendo gobernador no abandonó el viejo caserón de la calle Rosales, casi esquina con la Morelos, cerca de donde vivían la maestra Marianita Valdés, el químico Amado Blancarte, el licenciado Juan C. Trucíos y los hermanos Miguel y Fernando  Osuna. Juan de Dios seguía siendo el mismo, aún en su investidura de gobernador, porque nunca lo trastornó el poder. Siempre fue el mismo Juan de Dios, listo para servir al que le pidiera un favor.

Realizó un vasto estudio hidrográfico probando la potencialidad de los principales ríos sinaloenses y durante su mandato se hizo la escuela preparatoria de Mazatlán, se construyó el Hospital Civil de Culiacán, e implantó la jornada de ocho horas para obreros, campesinos y empleados que los empresarios se negaban a cumplir.

Había entrado al gobierno cuando el Congreso del Estado desaforó a Alejandro R. Vega nombrándolo gobernador sustituto hasta el 13 de noviembre de 1927 en que entregó las riendas del gobierno al PQF Manuel Páez, impuesto por el general Calles.

De gobernador descendió a jefe de una modesta oficina de Hacienda en Salina Cruz, Oaxaca. Para él no había diferencia: se puede servir igual de gobernador, que de humilde funcionario de Hacienda en un puerto perdido en la geografía nacional. Así era él.

Después, fue jefe de almacenes del gobierno del Distrito Federal, tesorero del entonces Partido Nacional Revolucionario (ahora PRI), jefe administrativo de la Secretaría de Gobernación, director de Previsión Social de la Secretaría de Trabajo, donde contó con la colaboración de otro gran sinaloense, el ingeniero Juan L. Paliza, hijo del legendario Dr. Ruperto L. Paliza, que vivió en su casa de la Rosales al oriente número 32.

Pero en 1931 fue designado jefe del Departamento de Enseñanza Técnica, Industrial y Comercial de la Secretaría de Educación Pública cuando el titular era el licenciado Narciso Bassols. Desde ese puesto empezó a bosquejar lo que más tarde sería el Instituto Politécnico Nacional, así como lo hizo con el potencial hidrográfico de Sinaloa sobre el río Tamazula.

Cuando el general Lázaro Cárdenas tomó posesión como Presidente de la República llamó al ingeniero Bátiz, y éste le explicó la necesidad de agrupar a las distintas escuelas técnicas que ya funcionaban en la capital del país en un Instituto Politécnico con el propósito de incrementar la educación técnica en México. Fue pues gracias a las ideas del ingeniero Bátiz Paredes como el Instituto Técnico Industrial, la Escuela Nacional de Constructores  y la Escuela de Ingenieros y Electricistas formaron un solo todo: el IPN, que fue, finalmente, inaugurado en 1937.

Bátiz Paredes convocó a un grupo de grandes cerebros para que le ayudaran a echar a funcionar tan magno proyecto, siendo ellos Wilfrido Massieu, Luis Enrique Erro, Narciso Bassols, Carlos Vallejo Márquez, Miguel Bernard, Miguel Othón de Mendizábal, Ignacio Millán, Diódoro Antúnez y Leopoldo Ancona.

Así como entró al Politécnico así salió: sin un peso mal habido. Famosa su acrisolada honradez. Manuel Suárez lo llamó a su lado en el Techo Eterno Eureka. Nombrado director del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas halló a la institución con un déficit de 35 millones de pesos y en 1946 cuando la dejó ya acumulada un capital de 90 millones de pesos.

Ya anciano, alejado de la actividad pública, disfrutando de su familia, mimado de Laurita, su esposa, de sus hijos y nietos, Juan de Dios gustaba de platicar sus anécdotas del jineteo del caimán en Chiricahueto, y cuando Alejandro Hernández Tyler, en 1928, le dedicó su poema La Torre de Babel, cuyos versos hablan de un Cristo que cruza descalzo la Quinta Avenida de Nueva York, y de una juventud en tropel que arrolla las estrellas que están en la tierra enraizadas.

Dos años antes de morir recibió la medalla Belisario Domínguez de la Cámara de  Senadores de la República por sus inmensos servicios al país. Allí Juan de Dios confesó lo siguiente: Sin ningún rubor puedo confesar que en mi larga vida he tenido y tengo dos grandes amores: mi adorada esposa Laurita y mi querido Politécnico. Ella desvaneció su juventud y su belleza a mi lado, prodigándome exquisitos cuidados durante sesenta y cuatro años felices de matrimonio; el Politécnico fue mi ilusión, y su presencia ha sido mi compañera en esta vida que ha de terminarse tranquila y en paz, adorna ahora, sin mérito alguno, por esta medalla que representa la libertad a cambio de la vida misma. Su autor, Belisario Domínguez, suscribió con mano firme y serena su propia condena de muerte que fue al mismo tiempo un legado de dignidad humana y de estrujante conciencia cívica.

Juan de Dios Bátiz Paredes murió el 29 de mayo de 1979, rodeado del respeto y el cariño de todos en este gran país.


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